domingo, 26 de febrero de 2012

Perros mojados.


Al caer el sol de ese domingo de invierno sombrío, adverso y duro, El Califa se dirigió hacia los arrabales de la ciudad, al edificio de la prisión de Benalúa. Era una estructura de piedra y muros altos, en cuyos extremos despuntaban las garitas de los boqueras. Conocía bien aquello, no en vano estuvo varios brejes cuando lo tangaron por bajarse al moro.  Un monstruo cuadrado con cuatro inmensos ojos.
Junto a la puerta principal de la fachada pudo leer la inscripción: “Centro penitenciario de detención de hombres. Penal de Benalúa”. Pasó de largo recapacitando porqué nunca se había fijado en ese jodido cartel. Le hubiera ahorrado algún disgusto.
A las seis de la tarde ya había tomado posición en el lugar fijado, en la calle Los Doscientos. Estaba a mitad de vista entre las dos garitas y el lugar, para ciertos trapicheos, era inmejorable. El Califa llevaba una revista bajo el brazo y anduvo paseando junto a la acera del gran muro simulando esperar el paso de algún peseto. De repente, una pelota de tenis cayó, como por azar, al ladito justo de su canilla izquierda. El Califa era flaco y ajado como los picoletos de Chafarinas, pero lo suyo era debido al jaco, que lo tenía abrigado entre sueños y amarguras. El Cucharilla había sido puntual. Se inclinó a recogerla y, aún de cuclillas, levantó la cabeza y revisó las dos garitas de los extremos del muro. Nadie pareció haber notado nada, excepto un chiquillo rubio rizado que, desde el séptimo piso del edificio de enfrente, miraba a través de los barrotes de su balcón. Rápidamente se levantó, sacó del bolsillo de la chupa otra pelota similar y la arrojó en un segundo al interior del patio del talego.
Entonces se alejó del lugar. Tuvo que cogerse su voluntad con las manos por el interior de los bolsillos del vaquero para evitar emprender una carrera alocada que lo delataría. La sangre parecía desbordarle las venas; las pulsaciones martilleaban sus cañerías como cuando le bacilaba un pico de caballo. Había cumplido con El Cucharilla. En la pelota de tenis le enviaba veinte papelinas de caballo, treinta gramos de hachís mal pesado, y cinco tiros de farlopa cortada.
El Cucharilla tendría para ganarse la vida durante un tiempo. Era el precio a pagar por los amigos y la protección en el talego. Desde el balcón, el niño rubio rizado lo vio alejarse hasta perderse por el final de la calle rumbo a ninguna parte.

domingo, 5 de febrero de 2012

Interpretaciones.

“El placer de los banquetes debe medirse, no por la abundancia de los manjares, sino por la reunión de los amigos y por su conversación.”

- Marco Tulio Cicerón

sábado, 7 de enero de 2012

La solidaridad ha fracasado.

“¿Durante cuánto tiempo nos seguiremos engañando con esta mierda? ¿Durante cuánto tiempo dejaremos que legiones de listillos se enriquezcan a costa de la gran burbuja de la solidaridad? ¿No sería mejor dejarlo todo al albur del caos, cesar en las ayudas puramente amansadoras, y permitir un sufrimiento tal que, al cabo, hiciera a millones de personas tomar las armas y devolvernos la calderilla? La solidaridad no sólo ha fracasado, sino que ha evitado la reacción. Ha abierto sucursales de esperanza en el vacio reservado a las franquicias de la revolución. Ha contaminado de sentimiento de culpa las aguas claras del mal, su caudal imparable. Ha puesto presas y diques al dolor y ha dado a las empresas multinacionales un argumento de marketing: basta con poner un logo solidario en su etiqueta.”

Solo os diré una cosa: leerlo.

Alberto Olmos. “Ejército enemigo”.
Editorial Mondadori, 2011.
ISBN 9788439725879

lunes, 26 de diciembre de 2011

Una tarde de Junio.

Se despidió de Ricardo en el gimnasio y anduvo un rato calle abajo, pensativo. Apenas quedaban cuarenta días y se jugaba todo a cara o cruz. Giró a la izquierda en Palos de la  frontera y aligeró el paso hasta llegar al cruce con Santa María de la Cabeza. Allí le esperaba Evita, sentada en el desgastado banco del parque. Su familia era de clase normal y trabajadora. La conoció en el bar de Isidro, jugando al billar con Víctor, Vicente y compañía. A partir de ese momento fueron dos partes de un todo. Siempre pensó que las mujeres daban ostias mas fuertes que los boxeadores, que las había muy perras y jodidas, y que podían hundirte la vida. Pero no Evita, ella no. Ella era muy simpática y muy madura para su edad.

El frío tardío de aquellos primeros de Junio le estaba haciendo engordar más de la cuenta. Aquello no era bueno si quería dar el peso antes del combate. No obstante, confiaba en la preparación que estaba llevando. A pesar de las juergas de los jueves en el Archy, siempre intentaba levantarse temprano para correr, volvía, descansaba algo y se iba al gimnasio. Así estaba haciendo cada día desde hacía seis meses. A sus veintidós años ya era el rey y podía permitirse cualquier cosa. Después de seis defensas exitosas del campeonato de Europa de los ligeros, deseaba con todas sus fuerzas que llegara ese 27 de Julio. El había crecido en la dureza y el futuro incierto de su Vallecas natal. Nadie lo podía parar, pensó.

Llegó junto al banco y después de un cálido abrazo, besó a Evita en la frente. Seguían el mismo ritual desde que la conoció en el bar de Isidro y la acompañó, ya entrada la noche, hasta la casa de sus padres donde ella vivía. Siempre fue así aunque hoy era la última noche antes de cruzar el charco con destino Norfolk, Virginia. Dejó la bolsa de entreno en el suelo y tomó asiento. No se dijeron nada. Ella se limitó a hacerle muda compañía durante un largo rato mientras apuraba tranquila el pitillo. Durante ese silencio eterno que le pareció un océano, vislumbró confuso, -quizá por la falta de luz-,  junto a la zapatería de enfrente, el espectro de su cuerpo cayendo a la lona del cuadrilátero. También vio a un negro potente y rabioso,  pleno de forma y facultades, vapuleando sus sueños y su alma dentro de un ring de boxeo. Todo eso pasó por su quijotera antes de que Evita rompiera el silencio con un, ¿Qué te pasa, cariño?. Poli Díaz no contestó. No dijo nada por no preocuparla pero esa noche supo que pronto, demasiado pronto para digerirlo, el fracaso llamaría a su puerta y el futuro saltaría por su ventana. Y que en un suburbio de Norfolk, Virginia, los sueños eran aún más caros en Vallecas.

Nuevos horizontes.

Buscadores de lo auténtico cabalgan hacia nuevos horizontes. 
Tienen una meta, un objetivo.
Ponen la mirada donde el cielo y la tierra se unen.
Asfalto, polvo, rocas o arena. 
El terreno siempre resulta fácil.
Pero resisten.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Interpretaciones.


“La sociedad cubana está imponiendo un nivel de vida que es insostenible para la mayoría de las personas viviendo de manera honesta; sin embargo la gente tiene un sentimiento de culpa, les avergüenza decir que no pueden o no tienen, o que ganan poco, como si fuese indigno decir que uno es pobre, no porque uno no trabaje lo suficiente, sino porque no hay un sistema de salario que te permita vivir de manera mínimamente holgada. (…) Como si ser pobre fuera un delito… O sea, no importa si para tener ese nivel de vida robas o haces negocios ilícitos. Lo que es malo es ser pobre. Es un fenómeno que veo en personas de cualquier edad.”

Verónica Pérez Vega, entrevistada en Havana Times, a propósito de su novela "Aquí lo que hay es que irse"

jueves, 17 de noviembre de 2011

Robert Johnson, maestro.

" El blues no es más que un hombre que se siente mal pensando en la mujer con la que estuvo una vez"

Robert Johnson.
Fue el rey de los cantantes de blues del delta. Escapó en varias ocasiones de los disparos efectuados por los maridos de sus amantes. En 1938 no pudo esquivar una dosis de veneno, y murió dejando un legado único para la historia. El mundo del blues en particular, y el de la música en general, está en deuda con un hombre fantasma, del que se desconoce la fecha y el lugar de nacimiento. Lo único que se puede asegurar es que su escasa obra, las veintinueve canciones que grabó en su acelerada y marginal existencia, son un documento imprescindible para entender la historia de este género mas vivo que nunca.
Johnson hizo un pacto con Satanás en un perdido cruce de caminos. Vendió su alma al diablo a cambio de tocar la guitarra como nadie; a cambio de convertirse en el mas grande de todos los bluesman. El príncipe de las tinieblas cumplió su parte, y Johnson se convirtió en el mejor. Ahora pone música al infierno en esas noches perras y calientes, impregnadas de humo y bourbon, con ese público de hijos de caín, que tuvieron en vida un porvenir mas negro que la piel de ese nieto de esclavos de lo mas hondo y oscuro de la desembocadura del Misisipi.