Caminando la Habana me pasé por la librería de 29 y 70, en el reparto Miramar. Allí encontré, como siempre, a Balaksis, un negrón sabio y jodedor que se pasa los días sentado al portal de su casa, que hace las veces de librería, cogiendo sol y tempestades a la espera de vender algún libro con el que arreglar, por la izquierda, la maltrecha economía familiar.
Llegué con 2 cervezas bien frías y nos sentamos hablar. Tras el Qué bolá, asere! de rigor, los abrazos de bienvenida, cuando viniste, cuando te vas, recuerdos a la familia y demás, nos lanzamos a continuar donde dejamos la conversación de siempre. Me comentó que el Chino (Raúl Castro) es más práctico, menos estratega y reflexivo, y que parece que las cosas van a mejorar. Yo escuchaba atento y en su careto advertía esperanza, triste, pero esperanza al fin y al cabo. Pensé que es algo innato a los cubanos. Aunque yo no atisbaba la misma conclusión que mi socio lo dejé hablar hasta que, al tiempo –andaba con algo de prisa-, me saqué de la cartera una pequeña lista de los libros que me gustaría leer. Buscaba libros que no encontré acá y en eso el prieto de Balaksis es un tipo único y fundamental, como el Tritemio.
- Voy a ver que resuelvo, me dijo, ¿cuándo te pasas?
Quedamos en vernos una semana después y le prometí continuar la misma conversación de siempre, amén de compartir otra cervecita bien fría sin límite de horario.
A la semana siguiente pasé, y ese negro cabrón, amigo y fiel me tenía preparados todos los libros que le había pedido y algunos más sobre lo que el sabe, - que bien me conoce el moreno -, que me gusta más. Incluso me regaló un libro de la CIA en España, escrito por un periodista de El Mundo, que aquí no le quisieron publicar. Me llevé 8 libros por 72 pesos cubanos; 3 € al cambio.
Cuando me leo algunos libros me acuerdo de el, y de la contrapartida a realizar en sus argumentos de las largas conversaciones que tenemos, para llevarle la contraria. Nada más que por ver como hace aspavientos con los brazos cuando discute. La guerra llevada a la conversación, sin disparar un solo tiro. Mi socio y librero es un tío rápido en el hablar, en el discurrir y en el razonar, presenta sus argumentos con seriedad, soltura, entusiasmo y combatividad. Sabe que alguna vez está errado pero, cuando lo llevo a la esquina del ring y se ve contra las cuerdas, justo antes de darle el crochet que lo deje en la lona, suelta la misma coletilla con la que termina todo:
- Hay, tú, asere no te cojas pa´ eso. A ver si te crees que va a llegar un gallego de pinga a arreglar mi país.
Luego nos echamos a reír, le damos el último trago a la cerveza, y nos despedimos.
Hoy, sin su permiso, me acorde de el al empezar a leer y por eso escribo. Escribo para recordar que ese tipo me tiene encantado. Tiene la sonrisa del que se sabe guapo y sus palabras enredan como un tango. Si hay algo que le falla es esa camisa de maricón de buque. Lo demás son palabras. Palabras saqueadas y que nos usurpan.
Dedicado a mi socio Manuel.
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