
Este pájaro de buena familia, borracho, viajero incansable y tuberculoso, nació en Edimburgo en 1850. La popularidad de Stevenson se basó fundamentalmente en los emocionantes argumentos de sus novelas fantásticas y de aventuras. Su estilo era perfecto. Solo tienes que asomarte y dejarte caer. En La Isla del Tesoro, unos de los primeros libros que me leí en mi vida -y que volví a releer por culpa de las “malas” influencias- cuenta una trepidante historia acerca de la búsqueda de un tesoro enterrado. En realidad, cuenta mucho más. La contraposición del bien y del mal, a modo de alegoría moral, sirviéndose del misterio y la aventura. Repasé sus diálogos ebrios. Esa maestría del escocés cuando se trataba de poner a hablar a los personajes frente a unos vasos que emborrachan los recuerdos. Fue un artista del coraje y la alegría. Un figura incomparable que muestra en sus novelas sin ningún reparo que el bien y el mal son hijos de un mismo coño. Así lo interpreto yo.
Servidor, que no tiene demasiadas aspiraciones en su vida y ninguna burguesa, no le puede pedir mucho mas al mundo. Con un buen libro, en muchas ocasiones, me doy por satisfecho. Si además, tengo amigos como los que tengo, una relación gustosa con mi trabajo y una compañera de viaje incomparable, la satisfacción es difícil de explicar. Pero ese es otro cantar. No quiero morirme de éxito, como ayer noche me apuntaba el Parada al hilo de otros enredos, con una copa de Ron en la mano.
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