miércoles, 6 de julio de 2011

La danza de Araña

El invierno del 95 fue frío y oscuro como un amanecer en el polo. En aquellos años casi todo me sonaba a música. Los coches, las jarras de cerveza, incluso los pasos de cebra con el obsceno susurro de los semáforos, despuntaban la magia y presentaban ritmos que recorrían mis cañerías y me contagiaban alegría. Cuando no había demasiado; ni cambios de sentido, ni señales de prohibido, ni pasos de cebra, ni cuerpos prohibidos, el Black Dog era mi paso obligatorio en las tardes de domingo. Allí paraba mientras la tierra giraba. Detrás de la barra estaba el Lillo; bailando con su sombra, jaleándose a sí mismo, cantando a voz viva las canciones del último grupo que había descubierto. Aquella tarde fue incomparable, eterna, absoluta. Sacó un cede que traía de casa y haciendo el  molinete característico que precedía a su voz de grillo borracho me dijo: “Puro Rock n´ Roll, subnormal”. Luego, le dio al play y se lanzó a silbar mientras taconeaba el ritmo de Los Chicos del Coro, de los Buenas noches Rose.
Ya van para veinte años de aquello. O casi. Aquella tarde se me apareció el espectro  de un grupo diferente y que aún hoy me niego a enterrar. Sonaban con la rebeldía discrepante y perra del que se sabe que no va a durar mucho, pero que perdurará en el tiempo. Eran artistas de raza, de ese Madrid post-movida, que no transigía en volver a ser secundario y quería continuar en la vanguardia. Su música te hacía bailar a empujones, casi a contraviento. A contrapelo. Buenas noches Rose, grabó su segundo disco en el 97, ya con una multinacional y se fueron de gira. A sus veintidós años Jordi, el cantante, ya era un gigante encima del escenario. Un espectáculo hipnótico. En plena gira, en su mejor ola, desapareció. Aquello fue el final. Un par de años después dieron unos cuantos conciertos y decidieron grabar un nuevo disco antes de buscarse cada uno sus castañas en otro árbol. Rubén y Roberto se juntaron con el Leiva para inaugurar Pereza. Alfredo se instaló en Le Punk. Jordi "Skywalker" seguía sin aparecer en un lugar entre el cielo y el mar escuchando los susurros del alma. Aquello fue hace una pila de inviernos y aún lo recuerdo. El legado musical de los Buenas Noches Rose en esos tres años juntos fue una obra de arte imperfecta, pura y sin prejuicios.  Ahora que hemos roto muchas hojas de almanaque, me siguen deslumbrando como un tesoro recién descubierto. Como si el humo de los tiempos no hubiese conseguido emborronar ninguno de sus resplandores. Si tenéis oportunidad escuchadlos y disfrutad. Preparaos para Rock n´Roll.
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