domingo, 27 de marzo de 2011

Enredos.


Cada vez que empiezas un viaje, ya estás más cerca del final. Cuando nacemos también empezamos a morir. La dicotomía del tiempo y el espacio vuelve cada día al jardín estático. Por eso debemos escoger entre lo útil y lo innecesario. El tiempo es nuestro. El espacio, de todos. Por eso te pido que te dejes el alma y hagas el trabajo sucio. También el fácil y el honesto.
Quiero que rías, que llores; que abraces la vida y acaricies tus sueños. Quiero que ames; que no vuelvas a casa sin mojarte. Que cantes. Quiero que silbes caminando a la sombra de aquellos edificios rodeados de asfalto. Que respetes, que sueñes. Que pienses cada secuencia y mantengas la sala limpia. Que añores lo pasado y saborees cada minuto del presente. Quiero que perdones y que escuches. Del próximo estreno no sabemos demasiado. Demasiado es nada. Por eso goza. Paladea la vida hasta el último aliento. No te rindas. Respira hondo y arranca. Porque continuar echando aliento es la mejor noticia de cada día. Suelta lastre; retoma el vuelo. Sé feliz. Y da gracias por haberlo sido.
A fin de cuentas, pronto o tarde, todos nos veremos cuando se acaben los créditos. Disfruta tu día.
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sábado, 19 de marzo de 2011

Doble vida.


Justo Ordoñez devolvió la toga y la ley al viejo armario de su despacho en el palacio de justicia donde currelaba. Sus sesenta años le hacían mirar ya de reojo hacia una bien merecida jubilación. Los vientos del recuerdo traían a sus pies remolinos de dudas, escrúpulos y desconfianzas. Eran muchos años ya. Muchos almanaques arrancados presidiendo la sala sexta de la Audiencia Provincial de Pontevedra.
Candó la puerta de su despacho y a buen paso se evadió por las escaleras del tribunal rumbo a la calle. Era ya noche cerrada y en el mismo pórtico del edificio,  el juez íntegro, religioso y severo, despidió a su chófer hasta el día siguiente. “No te necesito ya por hoy, Fermín. Mañana a la misma hora.”. Encendió un cigarrillo y espero hasta ver desaparecer el coche oficial travesía abajo. Echó una mirada al cielo y supuso que la lluvia no tardaría en hacer acto de presencia. Torció la esquina y avivó el ritmo. El viento aullaba como una manada de lobos y la noche se prometía golfa.
Los neones de “La Platanera” brillaban impenitentes y mortales al fondo del angosto callejón paralelo a la audiencia. Ambas estancias estaban separadas apenas doscientos metros en línea recta y, sin embargo, aparentaba ser otra Pontevedra. Otro barrio. Otra soledad. Empujó la puerta que daba acceso al lugar y se adentró al infierno habitado por los demonios de la carne. Entre el humo y la oscuridad vio aparecer a la Chelo, -con el inconfundible ruido de sus tacones-, como un leona famélica dispuesta a brincar sobre los despojos del próximo cliente. Se acomodó en la barra y pidió un Chivas con hielo. De un trago se lo trincó y volvió a pedir otro. Hacia muchísimos años que se había despeñado a plomo en aquel fango de esa otra ciudad canalla. Durante el día moraba en lo fundado, en lo cierto, en lo razonable. A la noche se refugiaba en su realidad. Apuró el segundo trago y se levantó directo al baño. Apenas le quedaba para dos rayas. Picó con la Visa Oro la farlopa encima de la taza del wáter y la esnifó. Entre el Chivas y la cocaína le volvieron los recuerdos del pasado. Siempre era así. Resonaron en la distancia, -no supo muy bien porqué-, las palabras de su padre también juez. “Nosotros; nuestra familia pequeño Justo, es gallega. Y los gallegos son de mil lugares”. Y era cierto, pensó. Mitad árabes, mitad fenicios, castellanos, indios, y hasta negros filosofó mientras se miraba el rabo al mear. Con la risa del desvarío calló en la cuenta. Su mujer le había llamado a mediodía. No debía llegar tarde; tenían visita. Cena de matrimonios. Con  la sangre ardiendo, y la harina en la nariz pagó las copas y pidió un taxi.
En aquella ciudad prohibida, Don Justo Ordoñez, hacía tiempo que le ponía una vela a Dios y otrá al demonio. Llevaba una doble vida.

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miércoles, 16 de marzo de 2011

Interpretaciones....

El maestro del relato corto, uno de mis referentes, ya lo dijo alguna vez:
 
"La brevedad es la hermana del talento."
 
Anton Chejov.
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domingo, 6 de marzo de 2011

Bettye LaVette


Con el permiso de mi señora, hace una montoná de años que me enamoré de ella. De su voz con olor a aguardiente y a noches en vela. Su melodía es cuestión de tripas; de vómitos de sentimiento. La empecé a escuchar hace una pila de abriles y nunca la he podido ver en directo. Su tremenda voz me transporta a mis años mozos, cuando velaba madrugadas de crápula y Alicante no andaba muy sobrado de arte. Se me asomó una noche de luna nueva, noche etílica, de insomnio, y sábanas sin deshacer.
Sus padres vendían güisqui, y la gente iba a su casa a escuchar música y a beber, así que ella aprendió a hacer ambas cosas muy pronto. Demasiado pronto. Su voz penetra al oído con un regusto a alcohol y seducción. Sus canciones hablan de besos perdidos, de cicatrices abiertas y amores emputecidos. Cada vez que se acerca al micro, denuncia lo que muchos callan. La noche del 7 de diciembre de 2008, en el Centro Kennedy de Washington, se celebraba una gala que homenajeaba, entre otros, a Pete Townshend y Roger Daltrey de Los Who. Bettye Lavette subió al escenario prudente, casi con miedo, a interpretar un clásico de su discografía. “Love Reign O`er Me”, de su mítico álbum Quadrophenia. Casi ná. Cuando terminó, Pete Townshend estaba llorando. Dijo que había sido la mejor versión de una canción suya que había escuchado nunca.
El próximo domingo día 20 Bettye LaVette, pasará por Alicante. Por el Palacio de Congresos. Si todo va bien, allí estaré. Porque la noche obliga.

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