jueves, 24 de febrero de 2011

Interpretaciones.


“He conocido a muchísimos cubanos en mi vida. De todos ellos el menos cubano que he conocido es Fidel Castro, no parece cubano. Mi padre, que era de Valladolid, era más cubano que Fidel. Además, ese señor que tanto habla del pueblo cubano, lo subestima al punto de no considerarle capaz de hacer nada sin él.”

Fernando Trueba, director de cine, en entrevista digital para El País.

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martes, 22 de febrero de 2011

BAM; los que nunca ganaron. [Parte 2]

Durante muchos años, con Stalin al mando, las detenciones se distinguían precisamente por el hecho de que se detenía a gente que no era culpable de nada y que, por lo tanto, no estaba preparada para oponer resistencia. Shasa no lo hizo y tuvo estrella. Quizá fue la fatalidad o la providencia la que permitió que fuera subido, aún moribundo, en un rancio y añejo tren y enviado a las zonas pantanosas cercanas a Khani. Allí estuvo atareado, junto a unos cien mil de sus compatriotas reclusos, en la construcción de una parte de la ruta oriental del trazado Baikal-Amur. Con el sucio recuerdo de la derrota remachado en el paladar, Shasa, al tiempo, se inventó a sí mismo y logró escapar.
Treinta años después, en aquella reunión del Congreso, Alexey aún recordaba las palabras de su progenitor cuando las leyó siendo chinorri en su diario. Eso fue hace muchas primaveras y su padre nunca le llegó a contar nada. El miedo consiguió el efecto de la supervivencia para matar el hambre, y de la discreción para enmudecer y evitar la segura muerte.
Maduraba todo aquello. Agudizó el oido después de ese sonoro aplauso que duró minutos antes que la inmensa sala enmudeciera. Repasó las palabras de Leonid Brezhnev cuando, con una deslucida rigidez casi cubista, saltó al estrado y pronunció aquella famosa frase que aún crujía sutil en la cabeza de Alexey: “El BAM será terminado de construir con manos limpias solamente”. El 27 de abril del 74, cuando el primer contingente de jóvenes voluntarios dejó Moscú por la taiga siberiana, Alexey estaba entre ellos.
Ahora, al amparo de una roca helada con el sol en lo más alto y el viento gélido  refrescando su memoria, ahora, Alexey, ese ruso cabrón de carácter tranquilo, había ganado la partida. El círculo se había cerrado.


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lunes, 21 de febrero de 2011

BAM; los que nunca ganaron. [Parte 1]

Cuando el 17º Congreso del Komsomol declaró como prioritaria la tarea de terminar la línea de ferrocarril Baikal-Amur, Alexey Gólubev lo tuvo claro. Corría el año 1974 y acababa de cumplir los 30. La organización juvenil del Partido comunista de la URSS contaba con alrededor de 40 millones de camaradas y en ese congreso se habían propuesto finiquitar los 3.200 Km. pendientes de esa gigantesca empresa inacabada. La Obra del siglo.
Alexey, era hijo de una familia libertaria que le enseñó que, a pesar de las carencias, la pobreza y la opresión, la libertad era inseparable de la responsabilidad. Y la causa de la libertad individual era el más alto estímulo por el que morir o matar. Su padre, Sasha, había luchado en el frente Siberiano junto al general Timoschenko contra las tropas de Hitler en aquel invierno ruso de 1941-42 que fue el más duro y más frío del siglo, y entre cuyos entreactos helados alrededor del lago Ladoga se movían regimientos siberianos y cosacos para defender la causa de la independencia y la voluntad. Que no siempre es la misma, aunque lo parezca. Aquello ya quedaba muy distante. Muy remoto. Durante el cerco de los mil días. Poco después, en una de esas albas calmosas en que la tez apesta a sueño recién estrenado, una patada en la boca le despertó con temblor y confusión. Su nombre figuraba en una lista negra. Tan negra como lo era la muerte o el  desarraigo en el Gulaj cuando la enviaba Stalin.

(…continuará)

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domingo, 20 de febrero de 2011

Interpretaciones ...

"Veo mucho potencial, pero está desperdiciado. Toda una generación trabajando en gasolineras, sirviendo mesas, o siendo esclavos oficinistas.La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos, no hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seríamos millonarios, dioses del cine, o estrellas del rock. Pero no lo seremos, y poco a poco lo entendemos, lo que hace que estemos muy cabreados".
Brad Pitt (El club de la lucha)

jueves, 17 de febrero de 2011

Concentración por una Internet libre.

1. Los internautas hemos quedado desprotegidos frente a las prerrogativas de la Administración, que actúa movida por los intereses de las distribuidoras y productoras. La figura del juez sólo es invocada para que resuelva en un plazo muy breve sobre materias muy limitadas, que están muy lejos de abarcar todos los derechos de los ciudadanos. El coste de la fiscalización y la persecución a la que se va a someter a los internautas será soportado por los contribuyentes.
 
2. La ley permite cerrar y retirar contenidos de blogs y de todo tipo de sitios web. Además, sabemos por las revelaciones de Wikileaks, que en la hoja de ruta trazada por el vicepresidente Biden y la administración Obama, la Ley Sinde sólo es una primera estación en un recorrido que termina con la criminalización de aquellos usuarios que, entre otras cosas, realicen descargas denominadas “ilegales” (aunque en realidad legales en España).

 
3. La ley limita la libertad de expresión en la red a usuarios individuales que no quieran enfrentarse a un proceso sin garantías. Los dueños de sitios de descargas se los llevarán a servidores de otros países, desde donde funcionarán como siempre. Los creadores no verán aumentar sus perspectivas de futuro a medio o largo plazo, ni verán transformarse por fin este obsoleto modelo de distribución de contenidos culturales mantenido exclusivamente para beneficio de las productoras y distribuidoras que no se han sabido adaptar a las nuevas tecnologías.


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sábado, 12 de febrero de 2011

El último día de Don Marcelino.


Don Marcelino ya había renunciado a todo. A sus ochenta años, ya se sentía demasiado viejo para cualquier cosa y se había preparado para el final. Después de cincuenta años levantándose puntual como un reloj suizo, hoy el despertador le había jugado una mala pasada. Precisamente hoy. – “Puto día” es la primera frase que siempre articulaba al despertar. Meses atrás, había olvidado comprar la pila que llevaban esos aparatos cuando lo encontró en un contenedor de basura. Esta noche, con el apagón generalizado, el despertador no cumplió su función.

Don Marcelino se levantó dolorido y adormecido. Quizá fuera la edad o las nulas ganas de vivir. Se sentía sólo. Como sólo se había sentido a lo largo de su jodida existencia. Se calzó las alpargatas y aún con el pijama puesto, fue camino del baño a echarse un poco de agua en su arrugada quijotera. Después, fue levitando hasta la cocina y tomó un vaso de agua fría acompañado de una aspirina. Pensó en todo. Sus ochenta años le pasaron por la cabeza en un instante. Entendió que, si hubiera escrito un diario, hubiera sido el diario más aburrido de la historia. Un conglomerado de rutinas triviales y frías. Un muestrario de sinsentidos y un galán de noche. Ése, que había plantado hace muchísimos años frente a la puerta de su casa, y que saludaba con un “buenos días golfo” cada vez que, ya con cualquier excusa, abandonaba su inmueble para salir a la calle.

Se preparó un café solo. A sorbitos fue acabando con él y cuando sintió la borra del café al fondo de la taza se quedó un rato inerte. Ahora no pensaba. Porque las cosas que se piensan son como los caminos por donde se pasa: si no has estado, es que no has ido. Sólo dormitaba en pie porque Don Marcelino era el menos soñador de los mortales. Volvió en si cuando escuchó el golpeteo de un martillo neumático en el exterior. Las obras. Las putas obras de canalización lo habían vuelto loco. Ya no recordaba el tiempo que le acompañaba ese tormento. Se había vuelto incluso familiar y sin él, le costaba conciliar el sueño. El día que el concejal de urbanismo le comentó que serían solo unos días él lo creyó. ¡Ay!, los políticos. Después, los días se sucedieron unos a otros, con suavidad y con calma. Habían pasado años, calculó.

Don Marcelino se encendió un cigarro. Era el único vicio que mantenía en su vida. Nunca fue mujeriego ni borracho y el paseo diario al estanco en busca de su cajetilla de Ducados le mantenía en forma. Salía de casa, saludaba como cada día al galán de noche, cruzaba el puente romano que le separaba del pueblo, y entraba al estanco a comprar su muerte. “El tabaco mata. Lentamente”, - le apuntaba la dependienta que a pesar de su trabajo militaba en una extraña liga antitabaco. “Y la soledad también. Incluso antes.” apostillaba Don Marcelino con severidad. Y así, cada día.

Miró el reloj de pulsera y entró de nuevo en la habitación para ponerse el traje. Nunca salía de casa sin su traje. Costumbres de cuando era joven que nunca quiso perder. Se calzó los zapatos y se acomodó la apelmazada boina. Cerró la puerta de su casa tras de si y echo un vistazo al cielo. Hacía tiempo que los días se le escurrían entre los dedos como si no apretase bien; como si tuviera flojo el esfínter por donde se le escapa el tiempo. Había llegado el momento deseado sin cumplir ninguno de sus sueños. “Un sueño cumplido es un deseo muerto”, pensó. Comenzó a andar con paso firme camino del estanco, saludó al galán y respiro tranquilo. Hoy era el día. Al llegar al puente romano, no lo pensó siquiera un segundo. Se encaramó como pudo en la baranda de piedra y saltó. “Puto mundo”, escuchó una pareja de la guardia civil aparcada a un cientos de metros. Después, casi al instante, un sonoro golpe que se oyó en todo el pueblo.

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