lunes, 26 de diciembre de 2011

Una tarde de Junio.

Se despidió de Ricardo en el gimnasio y anduvo un rato calle abajo, pensativo. Apenas quedaban cuarenta días y se jugaba todo a cara o cruz. Giró a la izquierda en Palos de la  frontera y aligeró el paso hasta llegar al cruce con Santa María de la Cabeza. Allí le esperaba Evita, sentada en el desgastado banco del parque. Su familia era de clase normal y trabajadora. La conoció en el bar de Isidro, jugando al billar con Víctor, Vicente y compañía. A partir de ese momento fueron dos partes de un todo. Siempre pensó que las mujeres daban ostias mas fuertes que los boxeadores, que las había muy perras y jodidas, y que podían hundirte la vida. Pero no Evita, ella no. Ella era muy simpática y muy madura para su edad.

El frío tardío de aquellos primeros de Junio le estaba haciendo engordar más de la cuenta. Aquello no era bueno si quería dar el peso antes del combate. No obstante, confiaba en la preparación que estaba llevando. A pesar de las juergas de los jueves en el Archy, siempre intentaba levantarse temprano para correr, volvía, descansaba algo y se iba al gimnasio. Así estaba haciendo cada día desde hacía seis meses. A sus veintidós años ya era el rey y podía permitirse cualquier cosa. Después de seis defensas exitosas del campeonato de Europa de los ligeros, deseaba con todas sus fuerzas que llegara ese 27 de Julio. El había crecido en la dureza y el futuro incierto de su Vallecas natal. Nadie lo podía parar, pensó.

Llegó junto al banco y después de un cálido abrazo, besó a Evita en la frente. Seguían el mismo ritual desde que la conoció en el bar de Isidro y la acompañó, ya entrada la noche, hasta la casa de sus padres donde ella vivía. Siempre fue así aunque hoy era la última noche antes de cruzar el charco con destino Norfolk, Virginia. Dejó la bolsa de entreno en el suelo y tomó asiento. No se dijeron nada. Ella se limitó a hacerle muda compañía durante un largo rato mientras apuraba tranquila el pitillo. Durante ese silencio eterno que le pareció un océano, vislumbró confuso, -quizá por la falta de luz-,  junto a la zapatería de enfrente, el espectro de su cuerpo cayendo a la lona del cuadrilátero. También vio a un negro potente y rabioso,  pleno de forma y facultades, vapuleando sus sueños y su alma dentro de un ring de boxeo. Todo eso pasó por su quijotera antes de que Evita rompiera el silencio con un, ¿Qué te pasa, cariño?. Poli Díaz no contestó. No dijo nada por no preocuparla pero esa noche supo que pronto, demasiado pronto para digerirlo, el fracaso llamaría a su puerta y el futuro saltaría por su ventana. Y que en un suburbio de Norfolk, Virginia, los sueños eran aún más caros en Vallecas.

Nuevos horizontes.

Buscadores de lo auténtico cabalgan hacia nuevos horizontes. 
Tienen una meta, un objetivo.
Ponen la mirada donde el cielo y la tierra se unen.
Asfalto, polvo, rocas o arena. 
El terreno siempre resulta fácil.
Pero resisten.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Interpretaciones.


“La sociedad cubana está imponiendo un nivel de vida que es insostenible para la mayoría de las personas viviendo de manera honesta; sin embargo la gente tiene un sentimiento de culpa, les avergüenza decir que no pueden o no tienen, o que ganan poco, como si fuese indigno decir que uno es pobre, no porque uno no trabaje lo suficiente, sino porque no hay un sistema de salario que te permita vivir de manera mínimamente holgada. (…) Como si ser pobre fuera un delito… O sea, no importa si para tener ese nivel de vida robas o haces negocios ilícitos. Lo que es malo es ser pobre. Es un fenómeno que veo en personas de cualquier edad.”

Verónica Pérez Vega, entrevistada en Havana Times, a propósito de su novela "Aquí lo que hay es que irse"