miércoles, 23 de diciembre de 2009

Larga vida al Barón Rojo…

Fue unos de los primeros grupos de rock que escuché. Por aquel entonces, servidor era un chinorri de 9 o 10 años y ese grupo, sin saberlo, iba a moldear mi vida. Me lo metió por los oídos un viejo socio del que guardo un gran recuerdo y que ahora se dedica a retransmitir por la radio los partidos del Hércules. Guardo una bella memoria de aquellos años. También guardo los discos.
Han pasado la tira de años desde entonces. En cada mudanza, he perdido libros, algún documento importante, pero no perdí nunca los discos. Creo que sería lo primero que rescataría de un incendio, si se diera la situación. Los hermanos De Castro empezaron en el rock a finales de los 70. Primero fue Coz. Después, recién entrados los 80, acompañados del Sherpa y de un uruguayo llamado Hermes, Barón Rojo. Castizos de Madrid, perros de raza loba, tiraban los acordes de las guitarras con el arte de los que saben que, después de esta puta vida, no hay otra.
Los Castro y compañía cocinaron, en esos primeros años de la década, unos cuantos geniales discos con mucho cuero y a la brasa, vuelta y vuelta, de leña guitarrera. Fue entonces cuando empezaron a sonar en las emisoras británicas y de todo el mundo. El éxito fue inmediato. Todos querían tocar junto a ellos. Todos. Los más grandes. Ian Guillan, Bruce Dickinson, Gary Moore… hasta Metallica hizo de teloneros de ellos en aquella mítica gira del 84. Barón… al rojo vivo. Un joven Armando de Castro se paseaba por los escenarios de medio mundo pegándole como nadie a las cuerdas infernales de su fender. También estaban Hermes Calabria y el Sherpa como monaguillos lisérgicos, secundarios principales de lujo. Carlos de Castro preñaba con los sonidos estremecedores que sacaba de su Gibson los vientres de las niñas de buena familia. Más allá del rock con mayúsculas, más allá del blues o del soul, más allá de la música más libre del mundo y que un día inventaron los esclavos, más allá de todo, estaban los Barón Rojo.
Ahora, que me acabo de arrancar con los primeros riffs de Los rockeros van al infierno, me doy cuenta de que la credibilidad en la música es una cuestión de efectos además de los hechos. Los hechos están ahí. No hay nada comparable a lo que ellos lograron en su momento. No existen comparaciones, a pesar de que algunos meapilas me cuenten al oído que si Héroes del Silencio y otras mediocridades. Y que una vez conseguidos los hechos, lo más difícil es conseguir el efecto. Y que decir tiene que a mí me encanta el efecto conseguido.
Y todo esto viene al hilo de que, según la Web del grupo (www.baronrojo.net), la formación original de Barón Rojo realizará una gira por España para conmemorar el treinta aniversario de la banda. Y yo, me pongo de pie a esperar que me pasen cerca. O que algún viejo amigo con sala de conciertos se enchufe en la historia y los vuelva a traer, como en la gira de hace diez años. Mientras, me enciendo un dulce, hundo tecla en el volumen y cojo el impulso necesario para saltar sobre mi propia sombra. Y espero. Espero con impaciencia el día del concierto.

Larga vida al Barón Rojo … ¡y que la muerte siga de fiesta!

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