miércoles, 17 de marzo de 2010

Buscando la luna...

Ya lo dice la DRAE en su tercera acepción destripando el ocio como una diversión u ocupación reposada. El negocio, de por si, es la negación del ocio. Negotium, del latín. Tiempo atrás lo planteó Tales de Mileto en su particular crematística. El arte de hacerse rico y demás.

Y por todo eso, y como la gente últimamente anda hastiada y algo bárbara, antes que ocupar su ocio, pues le da por cavilar, por exprimir su quijotera en busca del negocio. A partir de ahí, la jugada se convierte en filón, y da paso, de ser un medio para comprar ocio, a ser un fin en su totalidad. Ya Aristóteles perfiló, y eso recuerdo que me lo dijo el excéntrico profesor Pacoco, que el dinero por dinero era mierda, y que convertía en esclavos a aquellos a los que a ese estiércol se entregaban.

Sin entrar al detalle, no tengo ni puta idea de cómo se siente uno amasando caudal, nunca me interesó el negocio. Si sé, sin embargo, como se siente uno negándolo. Gozando el ocio. Por eso vivo en Alicante, al sur de la cintura de esta España canalla y cruel.

Ahora que el tiempo bascula revuelto y todo Cristo se llena la boca disertando del negocio, de lo poco o de lo mucho que se mueve, ahora acierto al recordar todo lo que conseguí a mis treinta y siete eneros. Ya con los primeros pelos que me cayeron al suelo – un otoño olvidado, como los árboles- aprendí la sensata lección. Ahora duermo cuando me entra el sueño, ceno cuando y donde quiero y ya puestos, en algunas noches extrañas me bebo unos cuantos vasos de hielo con algunas gotitas de ron. Hace tiempo que deje de usar reloj -algunas ocasiones, las menos- y cada noche salgo un rato a la terraza a disfrutar mirando el invisible.

En esta jodida sociedad solo tiene derecho a disfrutar su libertad el que lucha por ella. Y en eso estoy. Con los deberes estudiados me dispongo cada día a emprender el camino. Es probable que ya sea tarde para cambiar el rumbo.


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