martes, 23 de marzo de 2010

Joe Louis en apuros.

Lo alterné mucho y bien en mis tiempos de estudiante. Me fumaba algunas de las clases del Figueras para ir a ver videos de sus combates con mis viejos socios: Luis, el Terrés, Alberto y compañía. Recuerdo que nos impactó la noticia. Nos echamos a reír a carcajadas. El comentarista de turno confesaba, mientras el combate daba su inicio, una curiosidad del boxeador que lucía el calzón oscuro. Era un combate grabado, antiguo, en la escala de grises propia de época.

El 4 de Marzo del 49, en el Gran Stadium del Cerro, en La Habana tuvo lugar el delito. Joe Louis -El bombardero de Detroit-, ya era el mejor campeón mundial de todos los tiempos. Había batido todos los record y le pertenecía, por esfuerzo propio, ese cinturón de monarca indiscutible en el orbe del boxeo. Le quedaban apenas dos meses para celebrar sus 35. Aburrido de éxito y debido a la escasa vista para invertir su dinero había decidido, días antes, retirarse imbatido y hacer caja con una serie de duelos de exhibición como el que tendría lugar esa misma noche con el cubano Omelio Agramante en La Habana.

A las doce del mediodía asomó a lo lejos y procedente de un lujoso coche un Joe Louis tan puntual como un reloj helvético. La báscula de pesaje le esperaba en el centro de una sala infectada de periodistas. Todos esperaban las declaraciones del campeón que no dijo ni media palabra. Se despojó de toda su ropa y quedó a la intemperie de la multitud con un minúsculo calzón con el que debía pesarse. Su equipo y el andaban preocupados por si no pasaba el peso y afinaron al mínimo en el atuendo a lucir en la báscula. Louis tenía cuadrada una entrevista al acabar con el envite y andaba con prisa por terminar para centrarse en el combate de la noche. Salió exitoso de la prueba y al ir a recoger su ropa se dio cuenta de la jugada. Algún cabrón con pintas le había birlado la ropa. No dejó ni sus zapatillas.

Entre cientos de gente surgió un maestro del arte que, con perenne tranquilidad y gabardina colgada al brazo, le cepilló al Campeón mundial de los pesos pesados toda su ropa delante de su cara y de la de cientos de presuntos chivatos. Si lo pillan no lo cuenta y aún así se arriesgó. Con dos cojones y conociendo el peligro. Y vaya por delante que no lo engancharon. Por lo que sé no ese día.

Así que, qué queréis que os diga. Héroes anónimos. Famosos descuidados. Pudor y tranquilidad. La vida misma.


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