lunes, 16 de agosto de 2010

Cogí el tren.


Cogí el Intercity que salía de la estación de tren de Alicante, dirección Madrid. Llegué de noche a Atocha. Pisé la estación y la nostalgia me infectó la sangre. Los recuerdos me dieron por pensar. En la abstracción pensé que antes, al trabajador se le explotaba mediante la plusvalía, instrumento capitalista de acero esterilizador que recortaba el salario en beneficio del patrón. Patrón: sinónimo de dueño y señor, también de cacique, de empresario y burgués. Vieja y discutida palabra que adoran algunos inseparables socios, capitalistas pudientes y ciudadanos de fariña.
En estos finales de decenio, pleno siglo veintiuno, The Times are Changin' que diría el viejo Bob. Y las armas también. Ahora al asalariado ya no le explotan mediante la plusvalía, para qué. Ahora lo hacen directamente con cloratita cuando va cada día al trabajo. Allí, en el andén, me pregunté por qué la conciencia de la clase trabajadora ha sido anestesiada. Intenté masticar el porqué algunos se empeñan en que el peón conviva con el miedo helado metido en los huesos.  Y lo chungo está por venir, con las futuras y traicioneras proclamas de estos socialeros de la rosa y el capullo, falsamente llamados de izquierdas.
Pisé Madrid con los recuerdos a flor de piel una noche de hace 15 años. Por aquel entonces éramos unos pollos con tremendas ganas de comernos el mundo. Íbamos camino de Gredos, a blanquear de pecados nuestra alma y a hacer lo que mas nos gustaba. Salí del andén y enfilé la acera con el macuto a cuestas directo a la estación de autobuses de Palos de la Frontera. Mientras andaba adormilado y entumecido, -recuerdo-, pensé, lo incómodos que se sienten los políticos cuando se les recuerda que son unos estafadores. Que no trabajan el dinero que dicen ganar, que siempre es menos del que se embuchan. Con el Manifiesto en la mochila y el billete entre los dientes llegué a la terminal. Allí me dispuse a abrir mi esterilla y a intentar dormir esperando la mañana. Seguí preguntándome el porqué de tantas cosas hasta que me escoció la quijotera. No sé si fueron los conceptos o los piojos del lugar. Desperté como un inseguro idealista y me subí al autobús. Nunca necesité despertar ninguna conciencia. Todos los fuegos son el mismo fuego, decía Cortázar. Y todas las víctimas también.
Dedicado a mis socios capitalistas con los que cené el viernes…

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