martes, 24 de agosto de 2010

Riotinto. Sombras manchadas de sangre.


En la fría primavera de 1883, con veintiocho marzos recién cumplidos y procedente de Cuba, -en esos años aún España-, llegó a Riotinto, provincia de Huelva, Maximiliano Tornet. Días antes había sido expulsado de su Holguín natal por sus ideales anarquistas. Pronto empezó a laborar en la RioTinto Company Limited, consorcio británico que, desde hacía diez años, explotaba en depósito las minas onubenses. Sus elitistas dirigentes, educados en las public schools británicas, provenientes de una isla, alzaron incluso en Riotinto su propia “isla”, con sus propias costumbres. Todas malas, –tremendos pérfidos estos ingleses- y una sola buena, pues fueron ellos mismos, orgullosos, indecentes y altivos, los que abrieron la puerta del football en España. No en vano, como ya sabréis, es el Recreativo de Huelva, el club decano del futbol en esta nuestra hacienda.

Pero a lo que iba, la omnipotente compañía, dueña del suelo y del subsuelo, utilizaba un sistema de calcinación del mineral al aire libre, denominado “teleras”. Sistema este altamente contaminante y que, en la misma Inglaterra, había sido prohibido veinte años antes. Las condiciones de trabajo y de vida eran extremadamente duras y es por eso que, este hombre de acción, líder carismático y misterioso, pronto se encomendó a la misión requerida por su conciencia. La Justicia Social.

El 4 de febrero de 1888, guiado por una fe ciega en sí mismo y respaldado por sus ideales, llevó la revolución a sus últimas lumbres. Recién levantado y con la carraspera crónica provocada por el dióxido de azufre en la atmosfera, salió a la calle a alzar la voz de los sin voz. En pocas horas reunió a mineros, ganaderos y agricultores de la región y en una multitudinaria manifestación reclamó ante las autoridades el fin de las teleras. ¡Abajo los humos!, increpaban tranquilos y pacíficos. Océanos de voz, venidos a más, rumbeando por las calles, exigían la justa dignidad humana, social y laboral. Fue tanto el escándalo que en el propio ayuntamiento el alcalde, por temor o por duda, quiso escucharlos. Mientras en el consistorio los representantes y el regidor discutían airadamente, el gobernador civil de Huelva, un hijo de la gran puta llamado Agustín Bravo, llegó con un batallón de soldados a la plaza central para acabar con la protesta. Al precio que fuera; sin reparar en consecuencias. En pocos segundos, y apuntando a una masa indefensa de miles de personas, comenzaron a disparar a bocajarro. Después, en unos instantes que parecieron eternos, calaron bayoneta, y arremetieron contra los heridos, para acabar la faena. Los pocos lisiados que aún quedaban, aterrorizados, huyeron aplastándose unos a otros.

Jamás se supo el número de muertos. Todo se acalló; se silenció. En 1888, sin la internet y la prensa global, así se lo montaban. El 4 de febrero de ese año quedó marcado a sangre y fuego en la memoria popular durante muchos años. Los abusos continuaron y sobrepasaron el límite. La nube espesa de un aire que envenenaba las entrañas y el agua continuó asentada. Por eso hoy, puede ser un buen día para recordar que hubo hombres valientes, hombres de verdad, que lucharon para alcanzar lo que hoy entendemos innato. Natural.

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1 comentario:

  1. Muy interesante socio. No te acostarás sin saber algo más. Un saludo y gracias por culturizarnos y despertarnos.

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