jueves, 23 de septiembre de 2010

Españoles en Alaska.

Dionisio Alcalá Galiano presentía el duro golpe que iba a sufrir la Armada Española en las costas de Trafalgar y estaba resuelto a palmar con honor. Dirigiéndose presto a su guardiamarina Butrón en el Bahama y señalándole la bandera española le dijo: “Cuida de no arriarla aunque te lo manden, porque ningún Galiano se rinde y ningún Butrón debe hacerlo.”
Después, en unos segundos que le parecieron horas, vio pasar su vida frente a él. Sentado en la banda de estribor, apurando el cigarrillo, el marino precavido recordó aquella expedición en compañía de Malaspina años antes, donde recibieron la orden de efectuar una detallada exploración de las costas de Alaska. Le acompañaba Cayetano  Valdés, y entre los dos, efectuaron reconocimientos ordenados de todo el litoral luchando contra las rápidas corrientes y los fuertes vientos encajonados entre altas montañas. La tensa calma también le sacó del olvido esas noches en vela documentándose sobre la cartografía del lugar.
Se dio cuenta en ese instante que la marina Española había completado un círculo inmenso: había sido la primera institución en llegar a América y la última en abandonarla. Quiso recapitular en su memoria. Total, solo quedaban pocas horas para su muerte y él lo sabía. Era un tipo valiente y con los cojones en su sitio. A su edad ya no podía permitir según qué cosas. Se acordó de Hernán Cortés, recién entrado el siglo XVI. De Rodríguez Cabrillo y Bartolomé Ferrero, alcanzando los 44º latitud norte. Cota mítica de tantas navegaciones. De Sebastián Vizcaíno y de los padres de la Compañía de Jesús, cuando a algunos reyes mediocres se les olvidó todo lo que no brillara como el oro.
La ceniza del cigarro le cayó encima quemándole la pernera. Se sacudió como pudo y continuó en su imaginaria lucha. Su particular tregua. A lo lejos, imaginó ver a Juan Pérez, a bordo de la fragata Santiago treinta años antes, alcanzando los 55º latitud norte, frente a las costas de Alaska. Sin duda eran los desvaríos de quien se sabía prematuramente muerto. Lo acompañaban Bruno de Heceta y Juan Manuel de Ayala. Pudo ver sus rostros, -como si estuvieran a su lado-, extenuados y presos del escorbuto. Cayó en la cuenta de lo que significó para España las tierras que se vinieron a llamar “las Altas Californias”, que se extendían desde San Francisco hasta el extremo superior del Continente americano.
En ese instante una lágrima le recorrió la mejilla. Sabía que, como tantas otras veces a lo largo de la historia, el tremendo esfuerzo llevado a cabo por unos cuantos hombres valientes, en dramáticas situaciones y calamidades sin fin, era arrojado por la borda por hombres sin escrúpulos. Hombres de palacio. También ahora, en la última encerrona en que los habían metido.  El sabía perfectamente, que fueron marinos españoles los que llevaron a cabo levantamientos cartográficos y acabaron de confeccionar todo el mapa de costa americana. Marinos con clase. Con Honor.
Por desgracia, todos aquellos nombres hispanos con que fueron bautizados los accidentes geográficos, serían barridos en años posteriores por otras potencias como vuelan las plumas en el aire.

P.D. El Bahama se batió heroicamente con dos navíos enemigos y en algún momento con tres. En la enérgica defensa que Galiano realizó de su buque, recibió primero una contusión en la pierna a consecuencia de un balazo que le dobló el sable. Después un astillazo en la cara que le hizo perder mucha sangre, negándose a dejar su puesto. Otra bala le arrebató el anteojo de las manos y, por último, un proyectil de cañón de mediano calibre le destrozó la cabeza quitándole la vida.
Desarbolado el buque y todo cubierto de cadáveres, el teniente de navío en quien recayó el mando, juzgando toda resistencia inútil y hallándose ya el navío falto de todo poder combativo, ordenó arriar la bandera, cosa que no tuvo que hacer el guardiamarina Butrón, que ya había sido herido gravemente. El furioso temporal que siguió al combate arrojó al Bahama contra la costa.

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