lunes, 20 de diciembre de 2010

Pororoca.

Dos veces al año, entre los meses febrero y marzo, las aguas del océano Atlántico penetran en la desembocadura del río Amazonas, provocando una de las mayores olas del mundo y la más larga jamás registrada.
La brisa ruge como una manada de leones listos para devorar a su presa. Su ruido predice su fuerza, y al verla, todo confirma ese pronóstico. La Pororoca, esa temible ola que recorre el Amazonas rio arriba, se lleva consigo todo lo que encuentra en su camino. Los indígenas que anidan en las lindes del gran río, se preparan durante todo el año para sobrevivir a sus efectos. La ola homicida anega pueblos enteros y sumerge tierras. Su sonido es aterrador y puede oírse incluso media hora antes de que la gran marejada llegue al lugar. Es temida, una pesadilla sin igual para quienes allí viven. Han aprendido desde niños a convivir con ella. Su aullido anuncia destrucción, caos y desolación.
Miguel de la Quadra-Salcedo, -grande entre los grandes-, la conoció y la describió como nadie recién entrados los años sesenta. Y yo, que siempre ando con cierto retraso, no tengo la menor duda. El planeta tierra es un ser vivo. Un ente tierno y en ocasiones, poco compasivo,  con sus arterias y sus venas; con sus retales de locura, de simpatía e indigestión. Ahora, como digo, no tengo ninguna duda. De cuando en cuando, la tierra se queja, nos increpa y no escuchamos. Ni siquiera oímos. Nos avisa. No quiere que le escupamos a los ojos. No le gusta, como a los pesetos, que le vomitemos de noche en el asiento trasero del carro.
P.D. En fin, que Felices Fiestas a todos los que, de cuando en cuando, visitan este pozo. Haced el bien. Cabrones.
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