miércoles, 24 de agosto de 2011

El peor de los lunes – 3er anillo

Mientras andaba camino del bar de la esquina, recordé que había olvidado mis gafas de sol Ray-ban de pera en el cajón de mi mesa, en la oficina. “Le diré a Andrés que me las coja”, -pensé- mientras miraba atentamente como aquella pareja se magreaba voraz, de forma casi violenta, en el banco de la acera de enfrente.
Entré al bar Lucas, cabreado como iba, y me acerqué a la barra con el aspecto de duro que me daban los pelos del pecho sobresaliendo de la camisa negra a medio abotonar, las pobladas patillas, el manojo de llaves colgando de un dedo y el cigarro casi consumido en la comisura de los labios.  En la calle, justo a la entrada del bar, acababa de quitarme la corbata. Esa que tantos sudores fríos y tanto calor me había proporcionado allá en el despacho. “Su puta madre.”- gruñí. Cada vez que me acordaba de las tonterías del tontolpijo de mi jefe Agustín me daban deseos de volver a subir, y rematarle con un gancho de derechas al más fiel estilo Pacquiao.
En el interior, en la radio, Tonnino Carotone se cagaba en el amor y mascullaba algo de un mundo difícil. A mi me lo iba a decir. Olé sus cojones.
- “¡Una caña, por favor!” dije, aún a sabiendas de que nadie había escuchado mi mensaje.
- “¡Me pones una cervecita por favor, amable camarero!”, repetí.
El primer trago de cerveza, dicen, es el que mejor te sienta. El que mejor te sabe. Pero eso, en mi círculo de amigos cerveceros, tiene dos excepciones. Cuando la cerveza está mal tirada y la jarra tiene mas espuma que la brocha de un barbero, y cuando es Estrella de Levante. Pues bien, en este caso, la cerveza que me puso el Lucas estaba más caliente que el meao de un tigre, situación rara y excepcional, pues si de algo podía estar orgulloso en la vida era de haber descubierto para mis círculos y amistades el bar Lucas,  donde ponían los mejores bocadillos de calamares y tiraban las mejores cañas del planeta.
El primer sorbo lo escupí inmediatamente al suelo nada mas entrar en contacto con mi boca y, casi al instante, sin dejar tiempo a que me bajara el mosqueo y goteando aún espuma por el colmillo solté: - “¡Esta cerveza se la pones a tu vieja, Lucas! ¡Cabezón! ¡Y a mi me pones otra donde no te hayas meado! ¿Lo tienes claro?” y sentí, mientras dejaba el vaso en la barra, un destello de luz blanca proveniente de la puerta que me dejó por un segundo, extasiado, boquiabierto y asombrado. Era lo mejor que me había ocurrido en este día.

(Próxima entrega - El peor de los lunes – 4o anillo – Domingo día 28)

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