En su amplio y lujoso salón de su ostentosa residencia en Beverly Hill, Bugsy Siegel se tomaba unos tragos de Matusalén con su socio y amigo Jack Dragna. La conversación giraba en torno a la última foto que había salido en la prensa del cuore de su divina y atractiva mujer, bailando salsa en un cabaret, descalza y con unas copas de más, con su actual amante, el cantante cubano Miguelito Valdés, conocido por Mr. Babalú, nombre de una canción con la que inicio su fama.
Estaba colérico, no tanto porque ella hiciera gala de su golfería, sino porque en esta ocasión además era con un mestizo. Fíjate tu, judío y racista. Pero Bugsy sabía muy bien que Virginia Hill era irremediablemente puta, y que había tenido unos cuantos escandalosos romances, -incluso con colegas suyos-, cuando verdaderamente enamorado le propuso matrimonio.
Varios días atrás ella le había dicho que iba a visitar a sus padres, y aunque él sabía que no era cierto, no tenía ni la más remota idea de donde se encontraba disfrutando con el negrón. Su mujer sabía que, días antes, Bugsy había dado instrucciones para que mataran a su amante y ella, no le iba a dar pistas.
Un poco más tarde y con algunos tragos en el estómago, Jack Dragna, que era su predecesor en el negocio de la mafia en Las Vegas había logrado que el deshonrado y cornudo marido olvidara por el momento su drama pasional y comenzaron a hablar de otros asuntos. En la puerta de la mansión se detuvo un coche. De su interior salió un hombre trajeado, con sombrero y un maletín en la mano. En unos segundos había entrado en el jardín y se situó junto a la ventana que daba al salón, ensambló el arma, apunto hacia el careto de Bugsy, apretó el gatillo, y el plomo hizo diana en la mismisima jeta del mafioso. Unos de sus ojos rodó por el suelo. Su puntería fue excelente; Bugsy murió al instante.
Y tenía que ser así, ya que la verdadera razón de la presencia de Jack en aquel lugar era entretener a Bugsy para que lo mataran. Él fue el hombre designado para cumplir la sentencia acordada en La Habana, seis meses antes, en la reunión de los capos de la mafia que tuvo lugar en el Hotel Nacional de Cuba, la madrugada del 22 de Diciembre de 1946 con Salvatore “Lucky” Luciano al mando (Il Capo de Tutti Capi). Allí estaban entre otros, Vito Genovese, Carlos Gambino, Frank Costello, y el anfitrión y dueño de los negocios de La Habana, Meyer Lansky.
El ausente fue la víctima, miembro del grupo de los siete que fue sentenciado a muerte debido a desvío de dinero a Suiza, transacciones que hacía, sin el consentimiento de Bugsy, el putón verbenero de su mujer.
La sentencia fue ejecutada pasadas las diez de la noche del 20 de Junio de 1947.
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