lunes, 19 de julio de 2010

La crónica balompédica de la locura.

Fue hace poco más de una semana. Pasaban las ocho y media en Sudáfrica. Los tulipanes picando fuerte en el lomo del tiki-taka español. Fue uno de esos encuentros que vienen a llamarse históricos. La final de un mundial.
Un partido televisado para todo el mundo la noche del 11 de Julio. Holanda, que llegaba imbatida en el mundial, saltó al terreno de juego con ganas de continuar la racha aunque para eso hubiera que apalear al contrario. Desde el principio hubo un solo equipo en el campo. Un equipo que jugara al fútbol quiero decir. El otro, se dedicaba a destruir aunque para eso fuera necesario cruzar esa línea imaginaria entre lo prohibido y lo tolerable que en los partidos marca el árbitro. Desde el principio hubo peligro y tiros a puerta. Ya al poco de dar comienzo el encuentro, la afición allí presente, -y la que seguía el partido por la caja tonta-, empezó a recibir regalos de los reyes magos. Villa, Xavi e Iniesta, combinando con los Ramos, Pedrito y compañía, ofrecieron el espectáculo mágico que llenaba de sueños la grada. Sueños que se multiplicaron por mil en el resto de mundo. Menos en Holanda, claro, que se veían fuera del partido arrollados por una apisonadora de locos bajitos que hacían circular el balón sin descanso a velocidades de vértigo.
Ya en la primera media hora el mundo iba con España. En la primera parte del encuentro la violencia ejercida por los holandeses desató las bocas de los espectadores. Los gritos acallaron las vuvucelas. No eran desprecios raciales ni nada por el estilo. Era desprecio por la ausencia de táctica ofensiva, buenas formas y talante. El estilo, -ya lo dijo Paul Klee-, es lo que encuentras cuando no sabes hacerlo de otra forma. Nuestro estilo se basaba en el ataque, el buen juego y la necesidad de la excelencia con el balón en los pies. El estilo de los holandeses era justo el contrario. El golpeo, el maltrato al balón y el castigo al contrario. Hasta Robben, -ese chico triste y de cristal que pasó por el Bernabeu-, jugaba al despiste con la discusión y la marrullería. Solo en un par de jugadas pudo tener al mundo a sus pies sin merecerlo. Por eso surgió el aura de San Iker “Pastillas” para mover la pezuña y sacar un balón que todos vimos en la red. Fue uno de esos partidos a los que le sobró la prórroga. Sin embargo, la miel en los labios de los holandeses, -que se veían en los penaltis-, se evaporó cuando ese gran quijote de Fuentealbilla golpeó la pelota a la red en los últimos compases del juego.
Después vinieron los lloros de emoción, los abrazos, la alegría, el ruido. Mucho, mucho ruido, tanto, tanto ruido, tanto ruido y al final por fin el fin.
Y el mundo del fútbol acabó a los pies de España. Y del dramatismo se pasó a la celebración. Casi ná, España, campeona del mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario