jueves, 29 de julio de 2010

Prefiero volar.

De Chinorri, demasiadas madrugadas soñaba con volar libre en el espacio. Incluso cavilaba en mi azotea sobre los límites del universo. Ya sabeis, el infinito y mas allá. De hecho, mi sueño habitual y distinguido era ese.
La rutina de la savia posterior, me ha permitido perpetrar muchos vuelos en avión, cada vez más latosos y pesados, la mayoría tediosos y monótonos, y últimamente, -hace unas pocas semanas-, oprimido y apretado. 
Hoy sigo pensando que prefiero volar con la quimera, dejando a un lado la sensatez y la razón.  Dando vueltas y más vueltas. Virando el juicio sin preocupación. Con los ojos cerrados y el semblante alto. Como aquellos perros que antaño vi en las montañas altas de los Pirineos en Benasque sin más dueño que la intemperie. Sin mas puchero que las migajas de los nómadas. Pero con el rabo alto, sin duda alegres. Exhaustos pero vivos. Contemplando, al abrigo de una sombra, el ascenso de la luna asomando por el este. Con el hocico cara al viento que -como dijo el maestro Antoñito Vega-, en su murmullo parecía hablar.


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