sábado, 10 de julio de 2010

Morir a los 27 … James Douglas Morrison.


“If the doors of perception were cleansed everything would appear to man as it is, infinite”
Eran tiempos casi de ficción. Tiempos pasados de extremos que se tocan. De luces y sombras.  
Al igual que ocurre con otros mitos, el Rey Lagarto tuvo que morir para convertirse en leyenda. Pocos son los que entran en el paraíso. Ese paraíso donde están los que dejan huella. Algunos los comenté en este pozo tiempo atrás. Otros, continuarán la saga. Casi todos los artistas cuando mueren, mueren también para su público. Sin embargo, con Jim Morrison, - como con otros tantos-, pasó justo lo contrario. El domingo pasado se cumplieron treinta y nueve años de su muerte en París. Sin embargo, sigue arrastrando tras de sí un tropel de aficionados que se amplía a medida que el tiempo se sobreviene. Yo soy uno de tantos. 
El fue la esencia de los Doors y una de mis referencias, junto con los Rolling, Extremoduro, Barón Rojo, y la naturaleza. Los descubrí casi de casualidad por mi hermano Kico. Después, recuerdo, estuve meses escuchando casi sin tregua el Absolutely Live. Fue su primer vinilo en directo. Contenía versiones extendidas en vivo de sus principales clásicos y salió a la luz tal día como hoy de hace cuarenta años. Recuerdo que se lo sisé, -no tenía capital para comprarlo y andaba ya descatalogado-, al hermano de por aquel entonces mi compañera de camino. He de confesar aquí que en aquellos días yo trajinaba ocupado en aporrear las puertas del cielo que cantaban los gansanrousis versionando al viejo Bob.  
Me sedujo la portada. Una foto captada al vuelo de la luz tenue con el Morrison en primera plana y la sombra de un John Densmore al fondo aporreando la batería. La imagen del semblante concentrado de Jim, con el micro entre las manos; esos pantalones de cuero con el cinturón hortera, casi de mujer; y es que este payo era un transgresor, un iluminado pecador, con tintes de delincuente. 
Los Doors se diferenciaban de todos los grupos de Rock porque no usaban bajo en sus conciertos. En vez de esto, Manzarek tocaba las melodías del bajo con la mano izquierda y las melodías de órgano con la mano derecha en su piano Fender de doble altura. Fueron los únicos en su época, -mucha culpa tuvo Jim-, que les plantaron cara con éxito a los Beatles o a los Rolling.  
Para mí fue la llave, el interruptor de una luz que alumbró rincones que hasta entonces permanecían ocultos. Canciones con letras que me llevaron a otras lecturas que ampliaron mi conciencia rota. Tiempos de lunas y madrugadas. Tiempos raros.
“Yo soy el Rey lagarto. Yo parto y reparto”
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