domingo, 21 de agosto de 2011

El peor de los lunes – 2º anillo

Espabilé, -aunque no mucho, lo reconozco-, con el molesto y agitado ruido de unas llaves junto a mí atontado oído. Era mi jefe, Agustín. Pude captar, desde la absurda distancia que me proporcionaba mi particular letargo, que estaba molesto conmigo por un asunto de no sé qué papeles que había que haber entregado no sé dónde cojones. Yo, inconexo y despegado de la realidad, seguía pensando en lo que me había ocurrido la madrugada del sábado. Me imaginaba el desenlace de la escena de infinitas maneras que siempre acababan igual. Como aquella peli del día de la marmota, yo siempre zanjaba el enredo entrándole a palos a aquel capullo del bar.
El ambiente, -en el despacho y en mi ficticia siesta-, se caldeaba por momentos inducido aún mas sin duda por la ausencia del aire acondicionado en la oficina. Eran las técnicas incoherentes y paradójicas de mi jefe desde aquel día que coincidió con Miguel Sebastián, -o eso decía-, y, después de aquella charla-coloquio sobre sostenibilidad razonable, se declaró automáticamente su fan número uno.  Me notaba tenso, y aunque traspuesto, eufórico, quizás por los restos de alcohol que aún braceaban por mi negra y envenenada sangre.
Y en medio de mi particular batalla pensando como acabar con aquel mamarabos del Tiniebla, y mientras escuchaba ausente, -lejano, casi huido-, el monocorde puro de mi jefe, no sé si fue por casualidad, o por una mala pasada que me jugó mi subconsciente, me incorporé ágilmente de la silla, con rebote y pirueta incluida, y grité de forma irracional como alguien que despierta de una pesadilla: -“Me cago en tu puta madre, jodido cabrón”. Y acto seguido, le arrimé tal puñetazo en la jeta a mi jefe Agustín que, según me contó un compañero días después, le fracturé el tabique nasal provocándole una ceguera temporal en el ojo izquierdo, con derrame incluido.
Después, cogí mis cosas, me encendí un pitillo y, mientras caminaba decidido por el pasillo hacia la misma puerta que había traspasado una hora antes, no sé si imaginé o acerté a escuchar: -“Despedido”.  Sin pensarlo dos veces, me volví con la cabeza bien alta, -como quien sale triunfador y a hombros de la Maestranza mientras le aplauden los del siete-, me acerqué a él y le susurré al oído: - “¿Y a mi qué?, me suda la polla.”, y bajé al bar a invitarme a unas cañas.

(Próxima entrega - El peor de los lunes – 3er anillo – Miércoles día 24)

4 comentarios:

  1. Lo que pasa en esta crónica es lo que a muchos nos gustaría hacer a nuestro jefe y no somos capaces. Un saludo. Que tengas un buen día.

    ResponderEliminar
  2. Ya deseo la siguiente entrega.
    Saludos man ;-)

    ResponderEliminar
  3. Muy bueno socio. ¡Brillante!

    aLEx, de "laarmoniadelosmundos.blogspot"

    ResponderEliminar
  4. Gracias a todos. Será el miércoles. Abrazos.

    ResponderEliminar