martes, 22 de febrero de 2011

BAM; los que nunca ganaron. [Parte 2]

Durante muchos años, con Stalin al mando, las detenciones se distinguían precisamente por el hecho de que se detenía a gente que no era culpable de nada y que, por lo tanto, no estaba preparada para oponer resistencia. Shasa no lo hizo y tuvo estrella. Quizá fue la fatalidad o la providencia la que permitió que fuera subido, aún moribundo, en un rancio y añejo tren y enviado a las zonas pantanosas cercanas a Khani. Allí estuvo atareado, junto a unos cien mil de sus compatriotas reclusos, en la construcción de una parte de la ruta oriental del trazado Baikal-Amur. Con el sucio recuerdo de la derrota remachado en el paladar, Shasa, al tiempo, se inventó a sí mismo y logró escapar.
Treinta años después, en aquella reunión del Congreso, Alexey aún recordaba las palabras de su progenitor cuando las leyó siendo chinorri en su diario. Eso fue hace muchas primaveras y su padre nunca le llegó a contar nada. El miedo consiguió el efecto de la supervivencia para matar el hambre, y de la discreción para enmudecer y evitar la segura muerte.
Maduraba todo aquello. Agudizó el oido después de ese sonoro aplauso que duró minutos antes que la inmensa sala enmudeciera. Repasó las palabras de Leonid Brezhnev cuando, con una deslucida rigidez casi cubista, saltó al estrado y pronunció aquella famosa frase que aún crujía sutil en la cabeza de Alexey: “El BAM será terminado de construir con manos limpias solamente”. El 27 de abril del 74, cuando el primer contingente de jóvenes voluntarios dejó Moscú por la taiga siberiana, Alexey estaba entre ellos.
Ahora, al amparo de una roca helada con el sol en lo más alto y el viento gélido  refrescando su memoria, ahora, Alexey, ese ruso cabrón de carácter tranquilo, había ganado la partida. El círculo se había cerrado.


Share

1 comentario:

  1. Estupendo relato corto. Consigue transportar al lector y no es facil. Animo.

    ResponderEliminar