viernes, 3 de julio de 2009

Morir a los 27 ...


Me quedo despierto escuchando al puto rey del Rock. No estoy hablando del de Memphis no, ese, -el Presley-, era un boñiga. Estoy hablando del de Seattle. Ese que lo íntimos de su alcoba llamaban Buster.

James Marshall Hendrix era y es el puto rey del rock. Acaba de terminar en el CD el Hey Joe que se marcó en el festival de la Isla de Wight. Dicen que cuando lo grabó andaba descentrao, que fue su peor concierto, que estaba muy mal y que se le notaban los pinchazos. No había muerto y ya era una leyenda. Aún así arrancó unas notas tan sabrosas al oído como el regusto que te empapa el alma después de un buen polvo.

Fue Woodstock su concierto más famoso y comentado, pero en la isla de Wight el payo dio lo que le quedaba dentro. El concierto empezó a las tres de la mañana y terminó quemando su guitarra. “Había dado todo lo que podía” dijo después, refiriéndose quizá también a sí mismo. Moría 18 días después. Asfixiado por su vómito y hasta las cejas de güisqui y veronal.

No tenía estudios previos ni carrera musical. Tampoco le hizo falta. Fue un innovador y un genio incomparable. Antes de conocer a Hendrix tenía un concepto equivocado de la música. Ahora sé distinguir a la legua el caviar de la mierda. Le encontraron solo y frito en la habitación del hotel y nadie se despidió de él. Que te sirvan estas letras como mi abrazo de despedida.

Hasta siempre negrón, hijoputa.

Que los gusanos no te coman los dedos. Así podré algún día estrecharte la mano con la que tocabas.



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